“Gozaos con los que se gozan: llorad con los que lloran.” Rom.12:15.

Esta fue una recomendación del apóstol Pablo a los antiguos romanos; y bien podemos admitir que este consejo tiene aplicación a todos los cristianos de todos los lugares y de todas las épocas.
Sentir alegría por la alegría ajena, y tristeza por el dolor de los demás, no es cosa extraordinaria, pues tanto uno como el otro, estos estados de ánimo son contagiosos. Entonces, ¿por qué el apóstol tomó interés en recomendar algo que es tan sencillo y natural? Porque él conocía la tendencia anormal del corazón humano, y quiso prevenirnos contra la desviación de los sanos sentimientos. ¿Te has alegrado alguna vez por el pesar de otros? ¿Te has sentido incómodo cuando un bien alcanza a los que no lo merecen, según tu criterio? Ten cuidado, pues así sienten y actúan los hijos de Belial.
Los jóvenes, sobre todo los «listos», son muy dados a «divertirse» a costillas de cualquiera más simple, a quienes puedan poner en apuros o situaciones ridículas. Yo sé que en muchos casos no se actúa de mala fe, sino sólo para «pasar el rato», pero, ¿no es eso alegrarse con lo que otro sufre? Si tuviésemos presente la Regla de Oro, tendríamos más cuidado hasta para usar el sobrenombre que disguste a un semejante.
No quiere esto decir que debemos andar con caras largas, tristes o amargados; al contrario, gozarnos con los que se gozan es saber dar y recibir de todo aquello que es grato, incluyendo lo jovial, lo festivo, lo divertido, lo jocoso... es propiciar un estado de verdadera felicidad; la felicidad que no excluye, la que no perjudica, la que no avergüenza a nadie, ni por delante ni por detrás.

Ob. B. Luis, Veracruz, 1981