Especialmente para ti, Lucía, preparé esta colección de nuestras cartas de novios.
Como muchas de las cartas originales están ya bastante deterioradas, he querido copiarlas al pie de la letra de modo que te sea más fácil leerlas aquí que en los papeles viejos, y en partes manchados o rotos.
He querido sacar una copia de este epistolario para cada uno de nuestros hijos; así, si en el mañana ellos, o algunos de nuestros nietos, quieren leerlo, sabrán un poco más de como transcurrió nuestro noviazgo.
Temo que cualquier joven lector juzgue como ridícula o absurda nuestra sana forma de conducirnos en aquellos tiempos; por eso quiero aclararles algo.
Antes de que en la década de los sesenta se destapara lo que algunos llaman «Revolución Sexual», el ambiente general (por lo menos en Cuba) era mucho más acorde con los principios de la decencia y de la moral. Especialmente en nuestra Iglesia, además de pobreza, había mucha sencillez y respeto a una disciplina que procuraba mantener a los misioneros alejados de todo mal, y aun de la apariencia del mal. Por eso es que a los novios no nos era permitido detenernos a conversar en cualquier momento o lugar, sino cuando y donde no hubiese el peligro de traer algún reproche a nuestro uniforme. El resto del tiempo podíamos tratarnos y conversar normalmente como todos los demás.
Todo esto tú lo sabes, Lucía, pero las nuevas generaciones no. Por eso hago esta aclaración aquí.
Te quiere,
Ventura