Para tener una ligera idea de la inmensidad del espacio sideral, tengamos en cuenta que las distancias astronómicas no se pueden medir en kilómetros, sino en años-luz. Un año-luz es la distancia que recorre un rayo de luz en un año, y la luz se traslada a la enorme velocidad de trescientos mil kilómetros por segundo.
Si fuera posible hacer una nave que viaje a la velocidad de la luz, podría, en sólo un segundo, dar unas siete vueltas alrededor de la tierra; en menos de dos segundos llegaría a la luna, y en poco más de ocho minutos al sol, que dista de la tierra unos 149 millones de kilómetros.
Nuestro sistema solar está compuesto por nueve planetas (con sus satélites) que giran alrededor del sol, entre los cuales está nuestra Tierra con su luna. De esos planetas el más remoto es Plutón, que dista del sol 5,900 millones de kilómetros.
Nuestro sistema solar no es más que una de las miles de millones de estrellas (y no de las más grandes) que componen nuestra galaxia, llamada Vía Láctea. Alfa-Centauro es la estrella más cercana a nuestro sistema solar, y se encuentra a más de cuatro años-luz de la tierra. La luz de la Estrella Polar tiene que viajar más de cuatrocientos años para llegar a nosotros, y hay otras muchísimo más distantes dentro de nuestra misma galaxia.
Al igual que nuestra Vía Láctea, hay muchas otras galaxias en la enormidad del espacio; la más cercana a la nuestra es la Gran Nebulosa Espiral de Andrómeda, compuesta también por miles de millones de estrellas. Está a 750,000 años-luz de distancia.
Nuestra mente es tan limitada que no puede comprender las dimensiones del espacio con sus mundos en constante movimiento, pero sí es fácil comprender que mayor que todo esto es Aquel que todo lo hizo.
Los científicos calculan que la Tierra tiene millones de años de edad, y esto no contradice a la Biblia. Podemos leer en Gén.1:1: «En el principio creó Dios los cielos y la tierra.» y por esto se puede entender que antes de comenzar el orden, la luz y la vida sobre la tierra en los seis días de la creación, ya los cielos y la tierra misma habían sido hechos en un principio indeterminado, que pudiera remontarse a miles o millones de años como afirma la ciencia.
Consideremos que si los cielos y la tierra son antiguos, antes que todos ellos es Aquel que los hizo.
Comparándonos con un Dios eterno e inmensurable, tenemos que exclamar como el salmista:
«Oh Jehováh, ¿Qué es el hombre, para que de él conozcas, o el hijo del hombre, para que lo estimes? El hombre es semejante a la vanidad: sus días son como la sombra que pasa.» Sal.144:3 y 4.
Y con todo, Dios se nos manifiesta como amigo, como maestro, como Padre; nos ama, nos guía, nos protege, nos corrige; nos escucha, nos habla, nos consuela.
«¿No se venden cinco pajarillos por dos blancas? pues ni uno de ellos está olvidado delante de Dios. y aun los cabellos de vuestra cabeza están todos contados. No temáis pues: de más estima sois que muchos pajarillos.» Luc.12:6 y 7.
Tal es la misericordia de Dios para con sus criaturas.
El mensaje dice así:
Spmay. B. Luis, Colón, 1972 .
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