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Cuando el conductor de un vehículo se detiene ante la luz roja de un semáforo, no lo hace para obtener un premio, sino porque sabe que de continuar la marcha se estaría arriesgando a tener que pagar una multa; o lo que es peor, se estaría exponiendo al peligro de provocar un accidente que pudiera ser fatal.
Al igual que con las leyes del tránsito sucede con otras leyes de la nación, establecidas para mantener el orden: A nadie se le premia por acatarlas, pero a cualquiera se castiga por violarlas.
Los irresponsables se sujetan a las leyes sólo por temor al castigo; los sensatos lo hacen, además, con miras a la paz, al bienestar y a la seguridad que el cumplimiento de las leyes garantiza.
Cuando alguna persona infringe las leyes de un país, y debido a ello es llevado ante los tribunales, y condenado, se verá forzado a cumplir la sentencia impuesta por los jueces aun cuando no haya seguido cometiendo la misma infracción, pues el hecho de no repetir el delito no le libra de la culpa por el delito ya cometido; pero si el culpable tiene la suerte de recibir un indulto, entonces sí es librado de sufrir la condena.
Un indulto no es algo a lo que un condenado «tiene derecho». Si se le concede, no es que se le otorga como un galardón porque no ha seguido cometiendo infracciones, aunque seguramente se le da con la condición de no seguir delinquiendo.
Lo menos que se le puede exigir a un reo indultado es que, en agradecimiento, se convierta en ciudadano ejemplar, respetuoso de las leyes, y no en un reincidente, lo cual le atraería una condena mayor. Exactamente igual es la responsabilidad del hombre para con la Ley de Dios, cuya infracción se llama «pecado», y le hace digno de la condenación eterna.

“...pecado es infracción de la ley.” 1Jn.3:4.
“...la paga del pecado es muerte...” Rom.6:23.

Cuando un pecador arrepentido se acoge al sacrificio expiatorio de Cristo, con verdadera fe, Dios perdona sus pecados.

“Hijitos míos, estas cosas os escribo para que no pequéis. Pero si alguno hubiera pecado, abogado tenemos ante el Padre, a Jesucristo el justo. El es la víctima por nuestros pecados.” 1Jn.2:1 y 2 (R-V 1990).
“Si confesamos nuestros pecados, El es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad.” 1Jn.1:9.
“...Dios, que es rico en misericordia, por su gran amor con que nos amó, aun estando nosotros muertos en pecados, nos dio vida juntamente con Cristo... Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe.” Efe.2:4-9.

Sí, si hay arrepentimiento y firme propósito de enmienda, nuestros pecados pueden ser perdonados, pero no porque el dolor de haber pecado, o la intención de no seguir pecando nos dé derecho al perdón. Podemos ser perdonados únicamente porque Cristo cargó el pecado de todos nosotros (Isa.53:6), pero ese perdón, ese indulto, no es una licencia para seguir pecando.
Dicho en otras palabras: Somos salvos por gracia, pero esa gracia no nos autoriza a violar la Ley de Dios, sino que al contrario, cuando “la sangre de Jesucristo nos limpia de todo pecado”, esa inmensa demostración de amor nos compromete moralmente a vivir en santidad por el resto de la vida. Santidad es vida pura, apartada del mal, libre de pecado. Vivir en santidad es, por tanto, vivir en completa armonía con los Diez Mandamientos de la Ley de Dios.

Spv. B. Luis, P. Baracoa, 1977